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Cósimo Ruggieri es sin dudas un personaje particular dentro del mundo de los astrólogos, teniendo un éxito importante en la corte, gracias a sus horóscopos y talismanes. Practicaba la magia negra y no dudaba en recurrir a los hechizos.

Catalina de Médicis le hizo construir un observatorio y allí ella recurría a sus servicios mas como mago que como astrólogo.

Murió en 1615 tras haber sido ordenado sacerdote, pero sin haber por ello adquirido sentimiento eclesiástico alguno, hacia el momento de su muerte puso fuera de su habitación  al cura de Saint-Médard y a algunos capuchinos que le exhortaban a morir cristianamente, diciéndoles:

-Salid, estáis locos; no hay mas diablos que nuestros enemigos que nos atormentan en este mundo y no hay otros dioses que los reyes o los príncipes que son los únicos que nos pueden sostener y hacernos el bien.

El siguiente relato está tomado de “Historias Mágicas de la Historia”, de Louis Pauwels y Guy Breton (1977) y nos muestra a Ruggieri practicando un acto de catoptromancia

El futuro en un espejo.

Llega a su término el año de 1559, año negro para Francia. El rey Enrique II ha muerto, sucumbiendo en un trágico torneo en el mes de julio y, desde entonces, un niño de quince años, Francisco II, reina sobre Francia. Un niño delicado y débil, dominado por una mujer cuyas armas son por norma el veneno, la magia y la brujería: Catalina de Médicis, reina viuda de Francia, su madre.

Desde hace algún tiempo, la Florentina, que ha abandonado París para encerrarse en su castillo de Chaumont-sur-Loire, se encuentra presa de inquietudes que no le dejan dormir. Los problemas religiosos dividen el país, el creciente poderío de los hugonotes, las traiciones de palacio le ponen nerviosa. Desearía saber qué le depara el futuro. Desearía que le fuera revelado su destino y el de su primer hijo Francisco II, el flamante rey de Francia.
Una vez más, se ha vuelto hacia Cosimo Ruggieri, ese astrólogo que se llevó consigo cuando abandonó Florencia, y que se ha convertido casi en su sombra:

-¿Podríais decirme, amigo mío, lo que me espera?
-Acordadme algunos días, Señora, y os mostraré el futuro...

Ruggieri se encierra en la torre que domina el Loira, sin entrar en contacto con los demás ocupantes del castillo. Los criados se limitan a dejarle una bandeja de comida tres veces al día a pie de puerta. Alejado del mundo, Ruggieri se entrega a una tarea misteriosa.
Varias veces, Catalina de Médicis ha venido a golpear su puerta:

-¿Para cuando será?, preguntaba.
Ruggieri respondía:
-¡Ya os lo dije, Señora, cuando la Luna sea llena!

Y la reina, consumida por los nervios, volvía a bajar las escaleras de caracol y se encerraba en sus habitaciones hecha un basilisco.

Pero esta noche, la Luna es llena y la impaciente Catalina de Médicis vuelve a aporrear la puerta de Ruggieri:

-¿Para cuando?
Ésta vez el astrólogo abre su puerta:
-Para esta noche, Majestad.

Y hace pasar a la reina en una estancia que es a la vez laboratorio y antro del alquimista. A la luz del gran fuego que arde en la alta chimenea, la soberana distingue el más variopinto material de trabajo, alambiques, morteros, calderas, un astrolabio, muchos libros apilados los unos encima de otros.

-Mirad hacia allí. Le dice Ruggieri, mostrándole un inmenso espejo que recubre toda una pared.
-Es aqui, Señora, que el futuro se os aparecerá.

Catalina de Médicis entiende entonces que su astrólogo va a proceder a una operación de mágia llamada catoptromancia o cristalomancia, y que consiste en ver el futuro en un espejo.

Ruggieri moja un bastón en una taza conteniendo sangre de pichón macho, y traza sobre el muro letras del alfabeto hebraico. Luego, tras ennegrecer la punta de otro bastón al fuego, dibuja en el suelo un círculo doble, tipo de zodíaco, que decora con figuras cabalísticas. Cuando ha terminado, dispone en sus cuatro puntos cardinales, un cráneo humano, una lámpara de aceite, una tibia y un gato en estado de sueño hipnótico...

-Sentaos, Señora, y mirad.

Catalina se instala en un sillón, mirando frente al espejo.
Al principio no ve nada. Pero de pronto aparece una forma, vaga al principio, y más precisa después, reconociendo en aquella silueta a su hijo el rey Francisco II. Lleva su corona, su cetro y su manto de terciopelo sembrado de flores de lis y doblado de armiño. Tiene una expresión triste en el rostro. Su imagen se desliza, abandona el espejo, y hace la vuelta de la estancia sobre las paredes encaladas, volviendo a su punto de partida y desaparece. La silueta es inmediatamente reemplazada por otra que toma la forma de un hombre en cuyos rasgos, la reina Catalina reconoce a su 2º hijo Carlos, pero un Carlos envejecido ya que por entonces no tiene siquiera la edad de nueve años. Él también lleva la corona, el cetro y el manto real. Su imagen se desliza fuera del espejo y ejecuta, a su vez, 14 vueltas alrededor de la estancia. En el momento de ejecutar su 15ª vuelta, se para bruscamente y se pone a considerar algo invisible con horror. Luego sus manos se tensan, intentando rechazar horribles imágenes.


-Explicadme, inquiere Catalina, ¿qué significan esas vueltas?
-Cada vuelta representa un año de reinado, contesta Ruggieri.

Por encima de la chimenea desaparece como humareda la figura de Carlos, dejando sitio a otra. De hecho deja paso a otro rey en quien la pobre y angustiada Catalina de Médicis reconoce a su 3er hijo Enrique, que tan solo cuenta ocho años de edad...


En el espejo es ya adulto. Avanza andando con saltitos. Su apariencia es por lo menos increíble: tiene el rostro empolvado y maquillado como una dama, con gestos amanerados, cubierto de joyas y lleva en los lóbulos de sus orejas pendientes de enormes perlas. Ejecuta catorce vueltas alrededor de la sala y se para un momento. Se le ve inclinarse sobre un cuerpo estirado en el suelo, a sus pies. Se reincorpora, ejecuta una 15ª vuelta y lleva bruscamente sus manos a su vientre con una terrible expresión de dolor intenso. Después del gesto, desaparece.

Hundida en su sillón, Catalina de Médicis no suelta siquiera una palabra. Apenas respira. Espera la aparición de su cuarto hijo, Francisco-Hércules, duque de Alençon, que tan solo tiene cinco años de edad.
¿Qué va a ver? ¿Cuántas vueltas dará éste antes de desaparecer?¿Tendrá una larga vida?¿O quizás tenga que pensar que los hijos de Enrique II de Francia están malditos?
Ella espera. ¿Cómo será su pequeño Francisco, bajo el aspecto de un adulto?


Una imagen se forma de nuevo y un hombre aparece. Un hombre con nariz aguileña, la mirada inteligente y viva, llevando una pequeña barba bien recortada. Aparece de buenas a primeras con la cabeza adornada de un gran sombrero emplumado de plumas blancas y, de repente, lleva la corona, el cetro y el manto de armiño como los anteriores.
Catalina le mira con espanto. Este personaje no puede ser su pequeño Francisco convertido en hombre. Es otra persona, pero ¿quién? Y de pronto encuentra un parecido... Este rey tiene los rasgos del duque Antonio de Borbón.

Entiende inmediatamente que su hijo Francisco no reinará jamás, que morirá sin duda bastante joven y que los Borbones, que ella odia, subirán al trono de Francia... Por lógica, y con certeza, cree que es el pequeño príncipe Enrique de Navarra, que tiene entonces 6 años de edad... Es el pequeño Enrique, al que le gustaría poder envenenar.

Sobre el espejo, el hombre de la nariz aguileña se desliza lentamente sobre las paredes. Catalina cuenta las vueltas. Sobrepasan pronto las de sus hijos Carlos y Enrique: dieciocho, diecinueve, veinte,... Una media vuelta más y desaparece.
¡Este Borbón reinará pues durante más de 20 años!

Catalina de Médicis se derrumba y, a pesar del gran fuego de la chimenea, se pone a temblar. Bruscamente se yergue y, sin mediar palabra, abandona la habitación con la mirada llameante y glacial, para encerrarse en sus aposentos, herida de muerte...

Tuvo razón en llorar desconsoladamente aquella noche. Al año siguiente, Francisco II moría, después de un año en el trono. Carlos IX le sucedió y murió al cabo de catorce años de reinado, perseguido por los fantasmas de las víctimas de la tremenda noche de San Bartolomé. Luego le sucedió Enrique III, reinando quince años y fue asesinado por un monje, que le clavó una cuchillada en el vientre. Un año antes, había ordenado el asesinato del Duque de Guisa. Finalmente, el joven Francisco Hércules, duque de Alençon, murió de una tisis galopante y la Casa de Valois se extinguió... Enrique de Borbón, rey de Navarra, se convirtió en el rey Enrique IV de Francia y reinó 20 años y nueve meses exactamente...

Astrología Judiciaria

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