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“Goethe in the Roman Campagna” por Johann Heinrich Wilhelm Tischbein
Su contundente: "Yo vine al mundo en Francfort-sur-le-Main, el 28 de agosto de 1749, durante la 12ª campanada del mediodía. La constelación era propicia, el Sol se encontraba en el signo de Virgo; Júpiter y Venus estaban en buen aspecto con él; Mercurio no era desfavorable, Saturno y Marte eran neutros; únicamente la Luna, llena aquel día, desplegaba la fuerza de su reverberación tanto más poderosamente cuanto que su hora planetaria había empezado. Ella se opuso, pues, a mi nacimiento hasta que esta hora hubo pasado. Estos buenos aspectos, altamente apreciados más tarde por los astrólogos, fueron sin duda la razón por la que permanecí en vida, ya que por torpeza de la partera, creyeron que había venido muerto al mundo, y sólo tras numerosos esfuerzos vi la luz, (de Poesía y Verdad, cap. l)", no deja dudas sobre el momento de su nacimiento y despeja la maraña de innumerables versiones que suele haber en otros casos:
Les comparto un texto muy interesante sobre la vida y la obra de Goethe, desde la Cátedra de Cultura Científica de la UPV/EHU en colaboración con Naukas. Un trabajo realizado por Laura Morrón.
“Si nos aventuramos en el conocimiento y en la ciencia, lo hacemos tan sólo para regresar mejor equipados para la vida.”Johann Wolfgang von Goethe".
Johann Wolfgang von Goethe es más conocido como poeta y novelista fundador del movimiento “Sturm und Drang” (“Tempestad e ímpetu”), considerado el preludio del Romanticismo alemán, que como científico. Sin embargo, su afán por conocer y comprender los misterios de la naturaleza inunda el conjunto de su obra literaria. La mirada del poeta se complementaba a la del científico. Su atracción por la ciencia se unía a su pasión por el amor y la literatura, necesitaba saber “lo que mantiene íntimamente unida a la naturaleza” (Fausto).
Goethe deseaba estudiar jurisprudencia en la Universidad de Göttingen, de fuerte influencia pragmática inglesa, pero su padre lo mandó a la cosmopolita Universidad de Leipzig que Goethe definió en Fausto como “un pequeño París que cultiva a su gente”. En sus aulas tuvo el primer contacto con las ciencias a las que, sin embargo, no prestó demasiado interés. Por aquel entonces sus esfuerzos se centraron en cultivar el primero de sus múltiples romances. Tras un breve periodo en Frankfurt, donde leyó a Paracelso, se mudó a Estrasburgo para terminar su licenciatura en leyes. Allí, entró en contacto con conceptos de química y conoció al reverendo J.C. Lavater, quien lo animó a trabajar con él en la demostración de que la estructura ósea del cráneo era la responsable última de la fisonomía.
Sus siguientes destinos fueron Wetzlar, donde hizo prácticas de abogacía en el tribunal y se enamoró de la prometida de un colega y Frankfurt, en el que fracasó en su intento de abrir un bufete de abogado y en su compromiso con la hija de un banquero. Finalmente, le invitaron a la Corte de Weimar de Carlos Augusto de Sajonia-Weimar-Eisenach, heredero del ducado de Sajonia-Weimar, el paraje deseado para poder huir de la abogacía y de su relación sentimental.
En Weimar, inició sus investigaciones científicas seducido por los pensamientos filosóficos de Schedling y Johann Gottfried von Herder, dejando a un lado el aparato matemático (“las matemáticas no le sirven a mi manera de pensar”). Era consciente de que procediendo de esta manera, sus ideas contarían con la oposición de un gran número de personalidades científicas. Pero aún así, gracias a la confianza en sus propios argumentos, creía que pasaría a la posteridad por su aportación a la ciencia. Al fin y al cabo, poetas, había muchos.
“Los sabios, y especialmente los matemáticos, no dejarán de encontrar ridículas mis ideas, y quizá hagan algo mejor: como gente distinguida que son, las ignorarán completamente.”
La ciencia de Goethe se opuso a los procedimientos de las ciencias empírico-analíticas. Para él, no tenía sentido el aislamiento experimental de los fenómenos tanto de las condiciones objetivas de su aparición, como de las condiciones subjetivas de su observación. La experiencia científica estaba unida a la experiencia vital e histórica del investigador. Su interés se centraba en la conexión e interrelación de los fenómenos que debía mostrar todo experimento. Pensaba la ciencia con el espíritu del arte, postulaba la unidad entre ciencia y poesía bajo la relación comunicativa con el mundo natural. Goethe consideraba la Naturaleza como un todo animado y el mundo como un organismo vivo que respiraba y se transformaba sin cesar. En palabras de Hegel, la ciencia de Goethe puede entenderse como una “consideración sensorial de la naturaleza”
“El fenómeno puro —dice— se presenta como resultado de todas las experiencias y de todos los experimentos. No puede nunca ser aislado, sino que se muestra en una sucesión constante de fenómenos. Para representarlo, el espíritu humano determina lo que es empíricamente incierto, excluye lo que es casual, separa lo que es impuro, desarrolla lo que es intrincado, y así descubre lo que no es conocido”. (El experimento como mediador entre sujeto y objeto; Goethe)
Coincidía con Kant en aceptar leyes naturales necesarias y universales, pero las vías para fundamentar dicha suposición eran completamente diferentes. Mientras que para Kant esto derivaba en el modelo newtoniano, para Goethe se enlazaba con el pensamiento de Giambattista Vico de que en el mundo sensible, todo dependía de todo “de la relación que entre sí guarden los objetos, y sobre todo, de la que existe entre el hombre y el objeto principal entre todos los de la tierra y los demás” (Goethe). Por tanto, ante cualquier fenómeno de la naturaleza, el científico debía escudriñar en busca de manifestaciones parecidas y afines. Su ciencia era romántica y orgánica. Para Goethe, la ciencia materialista de su época, había tomado el camino fácil del desmembramiento de la naturaleza y la negativa a considerarla como un todo, era una forma de reduccionismo.
“¿Entonces cómo debe ser el método científico? Así como una buena obra de teatro no puede escribirse íntegramente sino apenas en su mitad, dejando el resto al arbitrio del grado de evolución del arte escénico, de la personalidad de los actores, potencia de su voz y peculiaridad de sus gestos, y también al grado de espiritualidad y buena disposición del público, otro tanto sucede naturalmente en un libro que trate de fenómenos naturales. Para disfrutar con su lectura y sacar provecho, deberá el lector tener siempre presente a la Naturaleza, ya en realidad, ya en la imaginación.“ Goethe.
La experiencia se podía dividir en categorías empíricas que se subordinaban a categorías científicas, las cuales proporcionaban conocimiento. Para él los principios y leyes superiores se revelaban mediante la percepción sensible en forma de “fenómenos primarios”. El procedimiento científico se iniciaba delimitando lo que era un fenómeno primario para, posteriormente, observarlo desde varios ángulos y diversas disciplinas. De los resultados cuantitativos de esta primera fase, había que extraer la impresión cualitativa para evitar el reduccionismo a una fórmula matemática que conducía al aislamiento del suceso.
Su poema Epirrema es una buena descripción del método goethiano:
Al contemplar la Naturaleza
No perdáis nunca de vista
ni el conjunto ni el detalle
que en su vastedad magnífica
nada está dentro ni fuera;
y por rara maravilla
anverso y reverso son
en ella una cosa misma.
De este modo, ciertamente,
aprenderéis en seguida
este sagrado secreto
que miles de voces publican.
El ferviente deseo por aprender que siempre le acompañó, lo llevó a investigar en diversos campos en busca de su interrelación.
En geología sentía fascinación por la forma en la que las precipitaciones de las sales moldeaban las rocas, así como por el estudio de los minerales. Contaba con una colección de 19 mil piezas de minerales, rocas y fósiles a la que atribuía un valor pedagógico y científico. Gracias a Goethe se fundó un Museo de Historia Natural en Weimar y otro en la Universidad de Jena.
En homenaje a su afición por los minerales, se bautizó con el nombre de goethita a un óxido de hierro monohidratado. La goethita, al soplete, tan solo se funde en los bordes, como la obra literaria de Goethe que sobrevivía al fuego de la crítica.
En óptica se opuso a la teoría de los colores de Newton, a la que consideraba un “viejo castillo rocoso” que convenía ampliar y modificar poco a poco. Para él la teoría debía contemplar tanto los aspectos cuantitativos como los cualitativos ya que la relación cuantitativa determinaba en los sentidos la impresión cualitativa. Los colores eran “actos y padecimientos” de la luz, por medio de los cuales le placía “a la Naturaleza revelarse de un modo especial al sentido de la visión”. La vista construía los objetos a partir de la distinción de sus partes, la cual se lograba mediante la claridad, la oscuridad y los colores, es decir, por medio del contraste.
Distinguía entre tres clases de colores en función de la forma en la que se manifestaban:
colores fisiológicos, físicos o químicos. Los colores fisiológicos eran aquellos que se formaban en el ojo y se referían al sujeto y su órgano visual mientras que los físicos se manifestaban en el exterior del sujeto y necesitaban determinados medios materiales para producirse. Finalmente, los colores químicos pertenecían a los objetos, fuesen vivos o inertes. Se generaban por los contrastes químicos y se podían exaltar, quitar o transferir.
En la óptica goethiana se introducía el efecto “sensible-moral” del color, que hoy en día se conoce como psicología de los colores, según el cual los colores se correlacionaban con los estados de ánimo y con la personalidad. Ni que decir tiene que la idea entusiasmó a artistas y escritores.
Si comparamos la óptica de Newton con la de Goethe encontramos que el inglés expresaba el color por adición obteniendo el blanco a partir de la síntesis aditiva de los componentes RGB (red, green, blue), mientras que el alemán lo hacía por sustracción llegando al negro a través de la mezcla de los componentes CMYK (cyan, magenta, yellow, key o black).
Desde el punto de vista actual, observamos que Goethe tenía algo de razón puesto que sabemos que en los fenómenos de la luz y los colores intervienen procesos físicos, químicos y biológicos. En definitiva, su comprensión requiere de una visión interdisciplinar.
En meteorología, Goethe se sentía cautivado por la “persistencia en el cambio” que resultaba tan obvia en las nubes y durante algunas de sus escapadas a los balnearios de moda, redactó descripciones plásticas y evocadoras del juego cambiante de los cielos que tan bien ilustraba su método científico: “Atenerse a lo más cierto para llegar cuanto antes, poco a poco, a lo incierto”. Sostenía que las nubes parecían seres vivos que reaccionaban en función de las condiciones de la tierra y cuya fuerza de atracción no era ni fija ni volátil, sino que estaba sujeta a una constante transformación.
“Todo siguió igual hasta el amanecer. El cielo entero estaba cubierto de nubes aisladas, que se rozaban unas a otras, y de las cuales una parte se disolvía en la capa superior de la atmósfera, mientras la otra bajaba tan hirsuta y cenicienta que a cada momento esperábamos verla bajar en forma de lluvia”. (El juego de los cielos, Goethe)
En su estudio meteorológico aglutinó cuanto se sabía en la época de esta ciencia en ciernes, analizó la eficacia de termómetros y manómetros e incluso ideó un barómetro que, si bien no es adecuado para medir el valor absoluto de la presión atmosférica, sí que resulta muy sensible a las variaciones rápidas o bruscas de la presión que suelen preceder a los grandes cambios, y en especial a la inminencia de tormentas. Fue utilizado en náutica como ayuda a la predicción del tiempo. Goethe, era el coordinador del “servicio de nubes” de Weimar, que estaba dotado de una amplia red de observatorios.
En anatomía, consiguió su mayor logro científico: el descubrimiento del hueso intermaxilar. Hasta entonces se creía que el hombre se diferenciaba de los primates por carecer de este hueso, lo cual era contrario a la idea de Goethe de la unidad de la Naturaleza. Así pues, emprendió un estudio de anatomía comparada entre los cráneos de diferentes simios y el del hombre hasta que, en 1784, pudo probar la existencia del hueso intermaxilar en los humanos. Un hallazgo que, si bien consideraron y publicaron en sus obras de referencia personalidades como Vicq d’Azyr y Loder, no contó con el reconocimiento oficial de la comunidad científica hasta 1831. El suyo fue un descubrimiento que fue de gran importancia para la zoología, la teoría de la evolución y la paleontología.
Goethe se interesó también por la botánica durante el transcurso de un viaje a Italia que emprendió, en 1786, huyendo de las dificultades amorosas con Charlotte von Stein “entregado a la desesperación, sentí más vivamente el valor y la dignidad del elemento-naturaleza. En él busqué salud y consuelo”. Conforme avanzaba su aventura se sintió impresionado por la manera en la que las plantas se adaptaban de forma progresiva al cambio de clima. De regreso a Weimar inició la redacción del tratado sobre la transformación de las plantas que creía aplicable a otras criaturas vivientes y defendía que todas las plantas provenían de las sucesivas transformaciones de una planta primordial (Urpflanze).
Goethe era un enamorado de la ciencia y como tal, quiso trasmitir su pasión a los demás a través de la divulgación de la misma. Había encontrado consuelo en su acercamiento a la botánica y, porque no decirlo, en la florista de Weimar Christianne Vulpius. Y fue ella, precisamente, la mujer a quien dedicó una versión divulgativa de su teoría: el poema “La metamorfosis de las plantas”. Los primeros versos muestran la esencia de la divulgación, invitan a alguien ajeno a la ciencia a maravillarse:
Te disturba, oh amada, la mezcla de miles
de flores aquí y allá en el jardín;
muchos nombres escuchaste, y siempre suplanta,
con bárbaro sonido, el uno al otro en el oído.
Todas las formas son análogas, y ninguna se asemeja a la otra;
así indica el coro una ley oculta,
un sagrado enigma. ¡Oh, si yo pudiese, querida amiga,
transmitirte al instante la feliz palabra que lo desvela!
El poema tuvo muy buena acogida y, desde ese momento, Goethe se sirvió de la poesía para difundir sus ideas científicas. La poesía se convirtió en su vehículo para acercar la ciencia al gran público:
“Nadie quería comprender la unión íntima de la poesía y de la ciencia; se olvidaban que la poesía es la fuente de la ciencia y no se imaginaban que con el tiempo pueden formar una alianza estrecha y fecunda en las más altas regiones del espíritu humano.”
Goethe fue un eterno curioso que nunca dejó de explorar y aprender de cuanto le rodeaba. Un sabio que cultivó las ciencias y las letras, sintiéndose seducido por ambas. Alguien para quien una vida que no avanzase progresivamente, creciendo y elevándose a fines más sublimes, no tenía ningún valor.
BIBLIOGRAFÍA
“Teoría de la naturaleza” Johann Wolfgang von Goethe
“Goethe y la Ciencia” Johann Wolfgang von Goethe
“El juego de las nubes” Johann Wolfgang von Goethe
“Goethe y la divulgación científica” Martí Domínguez
“Goethe… ¿científico?” Roberto Kretschmer
“Goethe el científico romántico” Mario Cantú Toscano
“Goethe y la Física” Agustín Aragon
¡Saludos! Maria Ysabel
Comentar
Gracias a ti por compartir de forma tan hermosa.
¡Hola Tana Rosa! Muchas Gracias por leer mis aportaciones y comentar. Pues me da mucha alegría tu buena apreciación; yo disfruto mucho de este tipo de artículos y me parecen muy valiosos por lo fácil que es aprender y encajar la biografía en nuestros aspectos astrológicos.
Por aqui te dejo una frase del maestro. Gracias Tana. Un Abrazo.
Un placer leer tus artículos, gracias por acercarnos un poco más a éste interesante personaje de forma tan precisa y amena.
enero 13, 2024 a las 9am a diciembre 21, 2024 a las 12pm – VIA ZOOM
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