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La Alquimia es una técnica muy ancestral que se practicó sobre

todo en la Edad Media, aunque sus verdaderas raíces y orígenes

las encontramos en el antiguo Egipto y también en Grecia y

Roma. Estas técnicas trataban de descubrir una sustancia que trasmutase los

metales ordinarios como el hierro, el cobre o el bronce, en metales más nobles y

valiosos como el oro, la plata o el platino.

La Alquimia fue desnostada y marginada por creerla burla e ilusoria. Sin

embargo, fue en muchos sentidos la precursora de la ciencia moderna, sobre

todo de la química que hoy conocemos.

El sentido principal de la alquimia venía de la doctrina de Aristóteles según

la cual todas las cosas tienden a alcanzar la perfección. Los alquimistas,

basados en este concepto de la trasformación, suponían que el oro se formaba

por la trasformación de otros metales de menor categoría y que era posible buscar

la forma de acelerar este proceso que la naturaleza hacía a lo largo de miles

de años, combinando toda una suerte de sustancias y elementos químicos. De

ahí nació la Alquimia.

Dejemos en este punto, mis queridos hermanos, este sentido físico de la

Alquimia porque no cabe duda, que como ciencia terrena, no buscamos emplearla

para que nos proporcione oro, plata o platino, al objeto de enriquecernos.

Pero es posible hallar el sentido original en el que los alquimistas se basaron en

la antigüedad según la doctrina de Aristóteles, es decir: “todas las cosas tienden

a alcanzar la perfección.”

Así, soslayada la idea de hallar metales preciosos, el conocimiento espiritual

ayuda a trasformar algunos elementos ordinarios y burdos de la personalidad

humana, en fuerzas formidables con las que enriquecer el acervo humano y

espiritual.

Todo evoluciona, nada se detiene esto es innegable. La naturaleza tiene

un curso, un avance para hacer evolucionar a todas aquellas cosas que no poseen voluntad ni conciencia propia. Las piedras, las plantas, los animales, los astros,

los elementos… son como objetos en un soporte. Están ahí, quietas, inmóviles

a la espera que fuerzas y leyes cósmicas las hagan evolucionar: la fuerza

de la gravedad, la fuerza de la erosión, la fuerza de la mano del hombre, el

poder del sol, las energías del universo.

En el ser humano también se mueven otras fuerzas que le impelen a evolucionar:

la fuerza del amor, la fuerza del dolor, la fuerza de los pensamientos,

sentimientos, emociones…

Cada uno de esos elementos podéis imaginarlos como notas en un pentagrama,

a la espera que un habilidoso músico las haga sonar.

Sin embargo, el hombre no es una nota inerte y quieta, es más bien un

músico. Sí, un músico que tiene conciencia de las leyes bajo las cuales aplica su

arte, es decir, las leyes de la música: la melodía, la armonía, la métrica y la rítmica.

Naturalmente que os hablo en sentido figurado porque en este caso, las

leyes a aplicar serían las leyes de divinas.

Y toca bajo la pauta y las directrices de un director: Dios. Toca en una orquesta:

la humanidad, en un teatro: el mundo. Y para un auditorio: los seres del

mundo invisible.

Los músicos se han esforzado en aprender un complejo idioma alfanumérico

basado en símbolos y signos extraños, pero que al combinarlos con

sabiduría, maestría y sutilidad, y traducirlos a movimientos, estos producen

bellas melodías. Unas melodías que despiertan emociones, sentimientos, deseos,

inspiraciones o los más horribles actos. Bajo estas melodías se han hecho los

más grandes descubrimientos, bajo estas melodías el ser humano ha amado, ha

matado, se ha elevado.

Este lenguaje jeroglífico, que es el solfeo, puede traducirse en el conocimiento

espiritual. Un lenguaje extraño para la mayoría, jeroglífico y difícil de

interpretar, pero que con dedicación, perseverancia y sacrificio produce su traducción

un hermoso lenguaje divino.


Los músicos son sin duda alquimistas. Naturalmente que os hablo en

sentido figurado. Sí, en efecto son grandes trasformistas. Transforman los rui


dos que haríamos cualquiera que no sabemos tocar un instrumento, en bellas

melodías por medio del sacrificio de años y años entregados a alcanzar la perfección

y el dominio de sus instrumentos. Han dejado de hacer otras cosas más

prosaicas o importantes en la vida como ser banquero, un escritor de fama, un

empresario audaz o dedicar esas horas al ocio o a tener un hobbie, por el bien

de perfeccionar su técnica y arte.

Yo os propongo otro tipo de Alquimia: La Alquimia Espiritual. Una ciencia

que sin duda os ha de proporcionar otras riquezas y ganancias más allá de

las consabidas por el mundo. Cambiar, trasformar, regenerar… defectos, imperfecciones,

debilidades por cualidades, virtudes, perfecciones que con toda seguridad

no os llevarán a ser una primadonna de renombre, un tenor de conocido

prestigio o un solista afamado. Pero si buscáis la espiritualidad habrá algo que

surja de vosotros, otras melodías, una musicalidad en vuestras palabras, gestos

y actos que los demás queden embargados.

Y para ello es preciso ensayar. Sí, ensayar todos los días igual que un

músico dedica unas horas diarias a tocar su instrumento. Algunos diréis que no

tenéis tiempo en vuestra apretada agenda para dedicar largas horas a la meditación,

la oración, la contemplación, la lectura. Que tenéis muchas cosas que

atender: el trabajo, la familia, el hogar, vuestros quehaceres.

Pero no se trata de eso o por lo menos solo de eso. La meditación, la oración,

la lectura, etc., son técnicas, hábitos, ejercicios que pueden ayudaros, en

efecto, pero el trabajo alquímico de un iniciado no se basa exclusivamente en

eso. Si dedicáis largas horas a la oración, a la meditación o la contemplación no

hay duda que acabaréis siendo expertos en estas materias. El trabajo de la alquimia

espiritual va más allá.

Veréis, cuando contraéis una enfermedad sentís sus síntomas día y noche,

os acompañan constantemente no os podéis librar de su influencia hasta

que no la atajáis con fármacos y otros recursos médicos. Cuando tenéis un disgusto

o una preocupación vivís angustiados a todas horas hasta que lo superáis.

Y qué sucede cuando os atenaza un trauma, una fobia, una manía. Si no las superáis

¡sois esclavos de ella para el resto de la vida!


 

Los síntomas de esos estados condicionan absolutamente vuestras necesidades

más básicas: el apetito, el sueño, la tranquilidad, la autoestima, el deseo,

la voluntad.

Ahora bien tomáis medicamentos para aliviar esos malestares y síntomas

y estos desaparecen momentáneamente restableciéndoos la tranquilidad, el

bienestar. Pero la enfermedad no está curada y al cabo de un tiempo los síntomas

vuelven de nuevo.

Con el amor, la felicidad o la alegría sucede lo mismo. Es decir, cuando

algo os invade en cuerpo, mente y alma, todo vuestro ser vive constantemente

conectado y supeditado a esas sensaciones, a esos síntomas, ya sean estos agradables

o desagradables.

La meditación, la oración, la contemplación serían los actos externos que

os llevarían a amar a un ser querido si estuvierais tocados por el amor, a reír si

sintierais felicidad, a sentir bienestar o a paliar ciertos síntomas, malestares o

dolencias.

Sin embargo, es preciso actuar de otro modo si queréis curaros y para

ello hay que someterse a otros medios más drásticos y sobre todo profundos,

como una operación quirúrgica. Un cirujano llega donde no lo hace un medicamento.

Y para eso introduce sus manos o su instrumental allí donde hace falta

cambiar algo, modificar algo, trasplantar algo.

Y de eso se trata, mis queridos hermanos, que seáis cirujanos de vuestra

propia operación. Y que por medio del instrumental del conocimiento espiritual

podáis cambiar algo, modificar algo, trasplantar algo.

Ahora abordemos un escollo fundamental sobre este tema. Para lograr

una Alquimia interior el hombre debe de quebrantar ciertas normas o mejor

dicho ciertas costumbres establecidas. De lo contrario obtendrá los mismos productos

y resultados que el resto de la humanidad. Los antiguos alquimistas

consiguieron logros a base de experimentar fórmulas y pócimas fuera de las

que popularmente se conocían.

Analicemos cual sería uno de los mayores escollos para conseguir el fenómeno

alquímico de la espiritualidad.


 

Es por eso que al ser humano le cueste tanto cambiar por el

hecho de haberse aferrado tantas veces a tantas cosas en tantas vidas.

Por eso no se aferra a ellas. Sí, diréis que hoy todavía existen cosas, tendencias

y costumbres muy antiguas que es posible escuchar música clásica de

compuesta hace quinientos años, pintores cubistas, impresionistas o algún artesano

que realiza antiguas reliquias milenarias. Pero llegará un tiempo que todo

esto quedará olvidado igual que hoy se han abandonado por completo muchas

cosas que pertenecieron a otros tiempos.

¿Qué ejercito hoy en día emplea arcos y flechas para defenderse? ¿Por

qué la medicina no utiliza sangrías y trepanaciones para curar todas las enfermedades?

Por la sencilla razón, mis hermanos todos, que han encontrado algo que

sustituye con mayor eficacia todas esas cosas que quedaron obsoletas, pero que

antaño eran el remedio más eficaz y que todo el mundo empleaba.

Pero pensad que ni las armas modernas ni la medicina actual sobrevivirán

a los tiempos venideros. Dentro de unos siglos lo que hoy consideramos

última tecnología en el armamento militar o la medicina nuclear, la cirugía con

láser, los fármacos más sofisticados… nos parecerán arcos y flechas, sangrías y

trepanaciones, es decir, barbaridades y antiguallas como las de hace siglos.

De ahí que ningún profeta, maestro o sabio haya estado a merced de las

modas de tu tiempo. Más bien han sido los demás los que han aplicado a las

personas elevadas el apelativo de “adelantado en su tiempo”.

Lógicamente estas mentes preclaras han visto más allá, han vivido en

otras épocas que son la que les ha tocado vivir y por eso han querido decir a

todos con sus pensamientos visionarios y filosofía revolucionaria, que no se aferren

a la vida presente, a sus modas y tendencias que no consiguen otra cosa

que estancar el pensamiento, crear raíces fomentando así el apego e inmovilizar

la mente e impidiéndola ver más allá.

¿Queréis ser verdaderos alquimistas? ¿Encontrar oro, en vuestros hábitos

cotidianos? ¿Convertir un defecto, una imperfección en una hermosa perla?


 

 

Pues entonces nada de esos prodigios los conseguiréis siguiendo las mimas

pautas que los demás, las mismas costumbres y hábitos.

La Alquimia es una ciencia del espíritu, nacida en los propios orígenes de

la naturaleza divina.

Por eso la Alquimia Espiritual se puede hallar en todas partes. Y por eso

Aristóteles no se baso en un simple principio filosófico propio, sino en una verdad

universal y divina de la ciencia iniciática.

¿Recordáis cual es? “Todas las cosas tienden a alcanzar la perfección.”

Os deseo a todos paz, amor y progreso.

Hermano Francisco

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Comentario por Beatriz Guia Tortoza el enero 16, 2011 a las 10:58pm
excelente articulo... enriquecedor. Gracias.

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