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En Astrología Plutón y Escorpio son el planeta y el signo, respectivamente, que consideramos y a los que asociamos con los procesos de muerte y transformación. Podemos abordarles desde el ámbito de la psicología y pasar a analizar y a elaborar un trabajo acerca del mundo del inconsciente, ya sea el de cada uno personalmente o del inconsciente colectivo.
Pero en estas reflexiones elijo hacerlo en su vertiente más física, en la que afecta al cuerpo vivo. Porque la forma, la materia, mi cuerpo, es un campo de expresión de la energía divina, de la Vida.
Años atrás había sido yo testigo de la presencia de la muerte en seres queridos, y en algunos de ellos me parecía una experiencia liberadora tras años de sufrimiento por enfermedad. Pero cuando murió mi madre esa experiencia se convirtió en una entrega de reflexiones, resultó entonces tan impactante, precisamente porque la muerte es un cambio y puede ocurrir tan repentinamente. Pero también puede uno ser testigo de cómo algunas personas que conocemos viven en un proceso continuo de muerte, porque aquello que eligen en su día a día resulta ser desvitalizador, es un proceso de muerte y degradación lento y constante.
En sí misma la presencia de la muerte en un cuerpo es igual siempre, porque precisamente es un paso que todo ser vivo experimentará y que nos iguala a todos. Llevado en concreto a los seres humanos resulta revelador tener que aceptar que pertenezca uno a la raza, tenga el estatus económico que tenga, sea como sea el físico en cuanto a los parámetros de belleza, cuando nos abandona esa energía que llena de luz nuestra mirada y hace a nuestros miembros flexibles y movibles, todos somos iguales, ya no hay diferencias, a través de esta experiencia tan drástica se nos recuerda que todos somos iguales y que las apariencias no son más que una ilusión que nos hace creer lo que en verdad no es y que nos conducen a formas de vida, a decisiones y a actos que podríamos plantearnos si realmente merecen la pena.
La muerte es el acontecimiento más radical de nuestras vidas y a través del cual se me obliga a desprenderme, separarme, desapegarme de todo aquello a lo que he vivido, vivo en muchas ocasiones, atado, o por lo que vivo o he vivido fascinado, como en un trance y sin tener conciencia de todo lo demás que me rodea. Supone parar definitivamente la división en la que cada día estoy viviendo, a partir de ese momento entro en el reino de lo absoluto e inexorable.
¿Por qué la muerte me duele?
Es oscura, es rígida, es fría, es inexpresiva, es vacía, podemos encontrar estas respuestas.
Pero cuanta luz puede aportar cuando uno es testigo de ella, de su presencia, porque resulta impactante para la conciencia, su presencia en el cuerpo que observamos abre nuestra mente y nuestro corazón, si se le permite traspasar, desde nuestro libre albedrío, las fronteras de la rigidez con la que podemos estar, paradójicamente, viviendo.
Toda experiencia la podemos experimentar desde uno de los 4 elementos que componen el Universo. Y esta experiencia tan intensa, y tema tabú en casi todas las sociedades, la podemos vivir desde el agua, desde el aire, desde el fuego y desde la tierra. Desde el dramatismo y la emotividad excesiva. El sentimiento profundo de desolación y dolor por perder lo que más amamos y por quien más somos amados. O podemos sufrir por perder aquello por lo que luchamos, de perder el poder, la influencia en otros, de perder la posibilidad de seguir disfrutando de la vida a través del cuerpo. Ya no tienen sentido las ideologías por las que nos hemos peleado hasta el extremo, y revisamos si acaso toda esa energía malgastada mereció la pena. La pasión se acaba pues ya no hay un cauce para expresarla, la tristeza se disuelve pues ya no hay pensamientos que la provoquen, la miseria finaliza pues no hay cuerpo que la experimente.
Como pista en mi camino tal vez recordar precisamente que la muerte nos iguala me sirva cada día para reflexionar acerca de todo aquello en lo que me creo inferior o superior, porque realmente sólo es una ilusión en el momento en el que toda energía de renovación desaparece de mi ser y nuestro cuerpo entra en un estado de transformación brusca por el cual nos vamos convirtiendo en polvo. Tal como se decía en las celebraciones de los miércoles de ceniza “polvo eres y en polvo te convertirás”.
La muerte es una experiencia llena de fuerza que debemos recordar que ya existe en nuestro ahora, en nuestro cuerpo está su germen y sólo espera el momento para manifestarse. Pero esta energía mientras tanto desea que aprovechemos toda su fuerza para vivir en plenitud, para que podamos expresar todo lo que somos y hemos venido a realizar, para saborear la vida con dulzura y con amor, porque al fin y al cabo la muerte es un acto de amor ya que precisamente nos recuerda a la Humanidad que “todos sois iguales”.
Lo más luminoso que encuentro en esta experiencia es precisamente el fluir que conlleva, dejar ir, dejar venir. Idas y venidas. Adiós y hola. Gracias y bienvenido. Un continuo movimiento energético que si bien cuando queremos aferrarnos a lo que conocemos, sabemos y somos nos recuerda que la vida es un ciclo continuo de seres que se van y seres que llegan, de idas y venidas, y que lo único que importa es la plenitud, el entusiasmo, la Fe y la alegría que ponemos, que permitimos se manifieste, y con la que vivimos cada una de las etapas, cada uno de los ciclos de nuestra existencia, cada día.
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