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Entre las varias clasificaciones de los signos del Zodíaco está la clasificación ternaria, es decir, en tres grupos de cuatro, representando entre otras cosas las cuatro estaciones de la naturaleza. Estos grupos son denominados: cardinales, fijos y mutables.
Los signos cardinales son Aries - Cáncer - Libra - Capricornio.
Se denominan así porque cuando el Sol entra en ellos el 21 de marzo, 21 de junio, 23 de septiembre y 21 de diciembre, se determina el fenómeno astronómico de los solsticios y los equinoccios dando comienzo a las cuatro estaciones del año.
Dan características de actividad, voluntad y acción, e irradian una energía muy fuerte, apta para realizarse dinámicamente, pero con tendencias a provocar rupturas imprevistas.
Los signos fijos son Tauro - Leo - Escorpio - Acuario. Estos signos ocupan los puntos intermedios de cada estación e irradian una energía que se manifiesta en perseverancia y en estabilidad constructiva, pero también en orgullo y escasa docilidad de carácter.
Los signos móviles son Géminis - Virgo - Sagitario - Piscis. Se caracterizan por cierta fragilidad física, en analogía con la parte final de las cuatro estaciones. Por otra parte despliegan una energía armoniosa, capaz de dar sentido de adaptación en cualquier circunstancia.
Estos tres grupos, de cuatro elementos cada uno, son llamados cruces: Cruz Cardinal - Cruz Fija - Cruz Mutable, según el grupo de signos de que se trate.
A la cruz de los signos fijos se la ha considerado simbólicamente como la Cruz del Discípulo, estando representada por el Águila de Escorpio, el Aguador de Acuario, el Toro de Tauro y el León de Leo. Así se encuentra en la Esfinge egipcia, con su cuerpo de toro, su cabeza de hombre, sus alas de águila y sus garras de león. Según lo descrito en el Apocalipsis (4.7): «El primer ser viviente, semejante al león; el segundo, semejante a un buey; el tercero con rostro como de hombre, y el cuarto, semejante a un águila en vuelo.» Si asumimos que la inspiración del Apocalipsis proviene de las visiones en estado de éxtasis de San Juan, podemos suponer que estos cuatro elementos astrológicos (y también los ocho restantes) se encuentran presentes como símbolos en lo que Jung denominó «el inconsciente colectivo», ese reservorio de arquetipos y símbolos de la especie humana.
La Cruz Fija, en un sentido evolutivo, representa al hombre en el camino del discípulo, primeramente a prueba, y luego aceptado o consagrado. Se la considera como la Cruz del alma: esto es, quien se encuentra en ella está llegando a ser consciente de su orientación, lo que lo hace menos automático que el hombre de la Cruz Mutable. Quien está en la Cruz Fija ha alcanzado en alguna medida un contacto con su alma, alguna intuición o destello espiritual, aunque sea fugazmente. Es la Cruz de «la visión fija y de ese intento inmutable que impele al hombre a ir desde un punto de luz hasta la brillante luz solar”.
El hombre en la Cruz Fija dice. «Soy el alma y aquí permanezco. Nada moverá mis pies fuera del estrecho lugar en el cual estoy. Enfrento la luz. Soy la luz, y en esa luz veré la Luz.» En esta Cruz las cuatro energías que la componen se mezclan con las energías del Sistema Solar a la vez que las transmiten. Esto es posible debido a que el hombre en la Cruz Fija es más consciente de lo que le es superior, es más sensible, y por tanto sus intereses se vuelven menos egóicos y más universalistas. Esta nueva sensibilidad se irá depurando paulatinamente, hasta que el hombre pueda acceder a una nueva iniciación, la de la Cruz Cardinal.
La gran esfinge de Gizeh, hoy semi sepultada por la arena, estaba labrada en la roca viva. La civilización del Antiguo Egipto - mucho más sabia que la nuestra - quiso dejar a la posteridad este símbolo del largo y azaroso camino del discipulado, A comienzos de la era cristiana, esta simbología se repite en los cuatro evangelistas, discípulos de Cristo: San Lucas, el paciente y perseverante toro cuyo evangelio enfatiza el trabajo de Cristo en la Tierra; San Marcos, el león dedicado a los aspectos de la muerte y transfiguración de Cristo; San Mateo, el aguador tras la verdad, el conocimiento, la acción y la forma perfectas, y San Juan, el águila simbolizando la inspiración y la fuerza emocional.
La representación de los cuatro elementos la volvemos a encontrar en el antiguo Tarot, en su Arcano Mayor Nº 21, llamado El Mundo, donde una joven danzante se ubica al centro de la carta, rodeada por el toro, el león, el águila y el joven efebo, ángel o Cupido, según las diferentes iconografías.
Esta carta representa la meta última, el logro final después de arduos esfuerzos en el Sendero de Liberación, simbolizado por las cartas anteriores. Podríamos decir que es el triunfo del Discípulo, que profetizaba la Esfinge.
Por: Dra Irma Latorre G
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