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Lo bueno de lo publicado en las redes es que lleva la hora de nacimiento "al público" puesta y..., no hay nada que investigar, ni 20 fechas importantes con las que romperse la cabeza..., sólo estudiar la gráfica y ver la exposición que nos despliega.
Este es un artículo que he leído esta mañana y que me ha crujido por todas partes..., algo que creo que la mayoría en uno u otro momento hemos debido pensar, -aunque no demasiado..., por lo desagradable...-, y que el Sr. Oppenheimer plasma con inusitada contundencia y un mayor "no quieres caldo..., pues toma tres tazas"...
Forma parte de mi último comentario al blog del *Accidente Airbus, 24 de Marzo del 2015 del A320 Barna-Dusseldorf* y lo reproduzco integramente, tal cual viene en El País de esta mañana... Bienvenidos comentarios y apreciaciones sobre este particular que todo el tiempo se me antoja, plutónes aparte, inevitablemente Saturnino-Neptuniano.
4 de Abril del 2015 a las 01:27 CEST en Bruselas
(CEST: Horario de Verano. 2 horas antes en Greenwich).
Publicado por Walter Oppenheimer el 4 de Abril del 2015 a las 01:27 CEST
Imagen del experimento de Philip Zimbardo en la Universidad de Stanford, en 1971,
sobre el efecto Lucifer y el poder de las circunstancias.
Mohamed Nisham, un hombre de negocios de Thrissur, en el Estado de Kerala (sudoeste de India), se hizo rico con el tabaco y los inmuebles. Tiene 38 años y 18 coches, incluidas marcas como Aston Martin, Bentley, Lamborghini, Rolls-Royce, Jaguar, Ferrari, Audi… Tiene también un Hummer SUV. Ese es el coche que conducía en la madrugada del 29 de enero al llegar a su casa, en el complejo residencial Sobha City. Con ese coche persiguió y atropelló deliberadamente a K. Chandrabose, de 47 años, que estaba esa noche de guardia a la entrada de la urbanización.
Nisham le atropelló porque llevaba ya un par de minutos esperando a que le abriera. Luego, cargó al vigilante en la parte trasera del Hummer, se lo llevó al aparcamiento de la urbanización, le pegó una paliza brutal y le dejó moribundo. Chandrabose acabó muriendo dos semanas después.
El muy rico Mohamed Nisham está ahora en prisión preventiva. No había sido así en una docena de casos anteriores, incluidos una presunta violación, conducir ebrio, suministrar la cocaína consumida en un fiestorro o colgar en Internet imágenes de su vástago de nueve años conduciendo el Ferrari o un Range Rover con su hermanito de cuatro años de copiloto. Es posible que esa impunidad, ganada seguramente a golpes de soborno, le hubiera hecho creer que estaba por encima del bien y del mal. Que podía hacer lo que quisiera. Incluso matar a un pobre hombre por hacerle esperar un par de minutos.
Un sentimiento de poder absoluto que probablemente también tenía Cho Hyun Ah, la hija del presidente de Korean Air y ella misma vicepresidenta de la compañía, cuando en diciembre pasado impidió la salida del Jumbo en el que iba a volar de Nueva York a Seúl y que estaba ya camino de la pista de despegue. ¿Había detectado Cho un paquete sospechoso o alguna otra cosa que le hacía pensar que peligraba la seguridad de los pasajeros? No. El problema es que le habían servido unos frutos secos dentro de su estuche en lugar de depositarlos directamente en un plato. Heather Cho, como también se la conoce, obligó al capitán a volver y exigió que desembarcara la sobrecargo que le había servido aquellas nueces de Macadamia. Antes de que bajara, la humilló insultándola y obligándola a arrodillarse. Un tribunal de Seúl ha condenado a Cho a un año de prisión por infringir las leyes de seguridad aérea.
Los abusos de poder no siempre están tan a la vista. A finales de febrero, una mujer de 44 años, Law Wan Tung, fue condenada en Hong Kong a seis años de cárcel por maltratar durante seis meses a su empleada doméstica, una muchacha indonesia de 23 años, Erwiana Sulityaninsih. La joven no solo no cobraba por su trabajo sino que recibía palizas y malos tratos, sólo podía utilizar el cuarto de baño dos veces al día y su dieta diaria era pan, arroz y medio litro de agua. Cuando la señora la pilló un día consumiendo comida de la familia, le rompió varios dientes a golpes.
Hace tan solo unos días, en la Audiencia de Sevilla, un jurado ha declarado culpables a dos jóvenes a los que la fiscalía había acusado de matar en Utrera en junio de 2013 a un indigente a pedradas y a palos “por diversión”. Le rompieron tres dientes, le fracturaron seis costillas, le provocaron una herida en el abdomen por la que perdió un litro de sangre. En una palabra, le “reventaron”, según presumían ellos mismos por el pueblo.
¿Qué nos impulsa a cometer todos esos actos de violencia, tan distintos entre sí pero con un denominador común: una persona aparentemente normal que se siente fuerte y ataca sin apenas motivo a otra que le parece más débil? Quizás sea consecuencia de lo que el psicólogo estadounidense Philip Zimbardo definió como “el efecto Lucifer”: la capacidad que tiene el ser humano de comportarse de forma irracional, de pasar del bien al mal.
Zimbardo llevó a cabo en 1971 un polémico experimento en la Universidad de Stanford, en California. Recreó en un sótano una prisión de ficción en la que un grupo de voluntarios ejercía el papel de guardianes y otro grupo ejercía el papel de reos. Los voluntarios sabían que iban a participar en un estudio pero no tenían conocimiento de los detalles, por lo que los reos no sabían muy bien qué pasaba. El experimento tenía que haber durado dos semanas pero se suspendió al cabo de seis días porque los supuestos guardianes, amparados en su autoridad, acabaron abusando de los presos y aterrorizándoles. Estos, salvo excepciones, aceptaron someterse a ese poder. El propio Zimbardo se involucró tanto en el experimento que no se daba cuenta de lo que estaba ocurriendo. Se lo hicieron ver algunos colegas que visitaron la cárcel de ficción.
Los hombres que cometieron esos excesos en su papel de guardianes no entendían qué les había llevado a comportarse de esa manera, a abusar de su posición dominante. Igual que abusaron de su poder el rico hombre de negocios de Kerala, la ejecutiva de Korean Air, el ama de casa de Hong Kong o los dos jóvenes de Utrera.
Quién sabe, quizás al copiloto Andreas Lubitz le ocurrió lo mismo. Podía haberse quitado la vida sin molestar a nadie, pero tenía el inmenso poder de estrellar el avión de Germanwings contra los Alpes y llevarse consigo un centenar y medio de vidas. Y lo aprovechó. La diferencia entre este Lucifer y los de Stanford es que los pasajeros del avión no tuvieron oportunidad ni de someterse a su poder absoluto ni de rebelarse contra él.
¡Saludos! Maria Ysabel
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Buscando una explicación a este tipo de actuaciones, he encontrado este estudio que me ha parecido muy interesante y aquí se lo comparto:
Acerca de las frustraciones
Por constituir uno de los estados subjetivos más incómodos y comunes en los seres humanos, la frustración ha sido estudiada con amplitud y profundidad desde hace mucho.
De acuerdo con Vinacke, W.E., 1972, frustración “significa bloqueo de una persona en su camino hacia la meta ... es un sentimiento de fastidio, desamparo, ira u otro estado debido a la incapacidad de lograr una meta”. En la siguiente figura se puede observar el modelo básico de frustración de Dashiell.
La tolerancia a la frustración se definió entonces como una aptitud para soportar el bloqueo, haciendo referencia a las diferencias individuales en el comportamiento bajo condiciones similares de frustración.
En un inicio, Dollard y col., 1939, defendieron la tesis de una relación invariable entre frustración y agresión, considerando que todo hecho frustrante provocaba respuestas agresivas. Sin embargo, pronto reconocieron que podían existir distintos modos de reaccionar.
Miller, N.E., 1941; Maier, N.R., 1961; entre otros, apoyaron la idea de que la única reacción a la frustración no era únicamente la agresión. Se basaban en el fenómeno al que Lewin denominó “saliendo del campo”, según el cual “...la frustración puede inhibir la acción de respuesta” y provocar en el sujeto una variante alternativa que busque la conciliación con el medio. (Dobss, L. W., Sears, R.R., 1939).
En este sentido, Miller, N.E., 1941, consideró inaceptable la frase: “la ocurrencia de agresión siempre presupone la existencia de frustración y, viceversa, la existencia de frustración siempre lleva a alguna forma de agresión”, y propuso una reformulación que cobró la siguiente forma: “La frustración produce varios tipos diferentes de respuestas, una de las cuales consiste en alguna forma de agresión”.
Se establecieron varios modelos de respuesta a las frustraciones que conservan validez teórica y metodológica, gracias a la solidez de los experimentos que les sirvieron de base. Se trató de una época de auge de la Psicología experimental, de corte psicoanalítico y conductista, que concebía diseños muy acabados y precisos.
Se determinaron cinco formas básicas de reaccionar a las situaciones de frustración, que fueron resumidas en su momento por Vinacke, W.E., 1972, de la siguiente manera:
A principios de la década de los años cuarenta del pasado siglo, Rosenzweig, S., 1941, reportó los resultados de un experimento. Se conformaron dos grupos que debían resolver una serie de cuadros-enigmas. A uno de los grupos se les presentaron los cuadros de manera informal, con el pretexto de ayudar al experimentador a clasificarlos para un uso posterior. Al otro se le presentaron los mismos cuadros pero a modo de prueba de inteligencia.
“En ambos casos se les permitió finalizar la mitad de las series, pero fueron detenidos cuando les quedaba la mitad restante. Les pidieron entonces que nombraran los enigmas que ellos habían intentado.”
Se constató que los miembros del grupo informal trabajaron de forma mucho más relajada y el interés estuvo principalmente centrado en la tarea. En el otro grupo, sin embargo, se trabajó con sentimientos de orgullo y abundó la tensión y la ansiedad. Para Rosenzweig, en el grupo informal las reacciones fueron de “Persistencia de la Necesidad”, mientras en el otro fueron de “Defensa del Yo”.
Una de la hipótesis verificadas en este experimento fue que “bajo condiciones informales las tareas no completadas pueden ser mejor recordadas”. Según este autor, en el grupo informal predominaron reacciones de “Persistencia de la Necesidad”, las cuales resultaron operativamente más funcionales a los efectos de recordar las tareas. Por el contrario, los sujetos del grupo formal estuvieron muy apremiados por el éxito-fracaso de la experiencia, tuvieron reacciones de “Defensa del Yo” y pudieron recordar menos las tareas.
Más adelante, se añadió otro tipo de respuesta: la de “Predominio del Obstáculo”, consistente en “rumear” la causa que impide la obtención de la meta buscada. El sujeto se remite una y otra vez al obstáculo, con tono de lamento o rabia. Se establecieron también tres Direcciones. En el siguiente recuadro se resume esta información.
Tipos de respuestas a las frustraciones
Direcciones de respuestas a las frustraciones
Persistencia de la necesidad
Extrapunitivas
Defensa del yo
Intrapunitivas
Predominio del obstáculo
Impunitivas
Veamos cómo se definen las distintas Direcciones de respuestas. Estas se diferencian en el sentido que guardan respecto al Yo. Es decir, las Extrapunitivas son respuestas dirigidas a culpar del fracaso a algún elemento del medio que rodea al sujeto, en un esfuerzo por eximir al yo de la culpa.
Por el contrario, las Intrapunitivas van dirigidas a atribuir al “Yo” la causa del fracaso. El propio sujeto se culpa a sí mismo de no obtener la meta perseguida.
Finalmente, las Impunitivas son respuestas caracterizadas por mitigar la culpa. Es decir, el sujeto no culpa al medio ni a sí mismo, considerando que son cosas inevitables que le suceden a cualquiera.
Sobre esta base, Rosenzweig diseñó un interesante instrumento, de carácter proyectivo, dirigido a explorar los Tipos y Direcciones de respuestas de los sujetos ante veinticuatro situaciones frustrantes. Aunque se trata de un test psicométrico y adolece, como la mayoría, de limitada representatividad vivencial, sin dudas permite una aproximación útil a los patrones de respuestas a las frustraciones aprendidos por el sujeto.
El desarrollo que en distintas direcciones adquirió la Psicología hacia la mitad del pasado siglo, permitió profundizar en la comprensión del hombre en estado de frustración. En particular, los trabajos de K. Lewin revolucionaron las concepciones sobre la conducta del hombre sometido a presiones.
Su concepto de “campo dinámico” (tomado de la física) permitió a los psicólogos “medir” las respuestas a valencias de distinto tipo y descubrir algunas regularidades en los comportamientos humanos. A pesar de su relativo retardo en comprender que el hombre es mucho más que un ser pasivo movido por necesidades primitivas, el aporte de Lewin fue decisivo para el desarrollo de una Psicología experimental, sin la cual el acceso a los principios del aprendizaje y las respuestas en situaciones extremas hubiera sido imposible.
Otro jalón en la comprensión de la conducta del hombre frustrado, fue el arribo a conceptos como “Autovaloración” y “Aspiración”. Ellos permitieron comprender que las personas se formulan niveles de realización personal a partir de un gradiente de cantidad y calidad de determinadas capacidades que creen poseer. Así, el “Yo” o el “Self”, que incluye ese tipo de apreciación, fue profunda y profusamente estudiado por autores como James, Dewey, Freud a principios de siglo, y más tarde por Hartmann, Kris y Lowenstein, Koffka, Maslow, Goldstein, Rodgers y, uno de los más prominentes, Allport.
Por su parte, el concepto “Nivel de Aspiración”, empleado por primera vez por T. Dembo, se utilizó para “denotar el grado de dificultad que posee el fin hacia el que tiende el sujeto de experimentación.” (Yarochevski, M.G., 1983,p.220). Adaptando diversas metodologías de Hoope y otros seguidores de Lewin, autores de Europa Oriental desarrollaron una fuerte ofensiva científica para estudiar las complejas relaciones que existen entre la autovaloración y las pretensiones, particularmente entre jóvenes estudiantes. Lipkina, A.I. (citada por González, O., p.257) por ejemplo, desarrolló procedimientos como el de las tres calificaciones, por medio de los cuales se somete al joven a conflictos en los que debe decidir qué calificación cree que merece después de la realización de diversas tareas docentes. En tales apreciaciones de sí mismos, los alumnos expresan elementos autovalorativos que tienen influencia en el sentido de los éxitos y fracasos que experimentan.
Tales experimentos, junto a los de Serebriakova, González, F., y otros, permitieron verificar el papel de las autovaloraciones y las valoraciones de otras personas en el modo en que el niño y el joven reflejan sus propias actuaciones.
Los experimentos de Serebriakova “consistían en colocarle al sujeto 9 tarjetas que contenían problemas aritméticos en orden creciente de dificultad, permitían determinar la curva gráfica de la selección y de la solución o no de los problemas, lo que posibilitaba a su vez, definir el tipo de autovaloración, distinguir índices de ella (persistencia, altura y pertenencia) y juzgar el grado de confianza en sí mismo del sujeto... Como resultado de su investigación, Serebriakova estableció los siguientes tipos de autovaloración:
Confiados en sí mismos ..... Autovaloración adecuada y persistente.
Orgullosos ......... Autovaloración inadecuada y elevada
No confiados en sí mismos .... Autovaloración inadecuada y disminuída.
Autovaloración no formada.” (González, O. p.259)
Otro hallazgo significativo de estos autores fue la evidencia de que los niños se orientan preferentemente por la valoración de otros, mientras el arribo a la adolescencia se caracteriza por una predominante orientación a la autovaloración. (Savonko, S.I., 1978)
El nivel de aspiraciones se estudió con particular insistencia en esa época, comenzando con los estudios realizados por Hoope, destacado discípulo de Lewin. A partir de la realización de tareas de diferente nivel de dificultad, los precursores de estas investigaciones mostraron varias formas de resolución de las contradicciones que surgen entre la dificultad y la capacidad para enfrentarla.
La primera consiste en reconstruir el nivel de aspiraciones y, con él, rediseñar también el juicio autovalorativo. La segunda, en reconstruir la actitud del sujeto hacia la realidad que no puede vencer, reajustando también el sistema de valencias. Por último, se reconstruye la actitud hacia las propias barreras, cambiando la percepción que de ellas se tiene.
Una importante investigación sobre este tema se realizó en nuestro país por González, F., 1979, quien estudió la relación entre el comportamiento de la autovaloración, el nivel de aspiraciones y la valoración social que reciben los alumnos de sus padres, maestros y grupo en general.
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