Muchas veces, el oír reiteradamente ciertas palabras en nuestras vidas, hace que nos formemos una idea acerca de esta, que a veces puede ser errónea y otras veces, describe sólo una pequeña porción de lo que realmente representa. Este último es el caso de la palabra “egocentrismo”.
Etimológicamente la palabra “ego” en el psicoanálisis de Freud, es la instancia psíquica que se reconoce como “yo”; por lo tanto “egocentrismo”, vendría a ser algo así como: estar centrados en el “yo”, o lo que es igual, en mi mismo. Por ende, la persona “yoísta”, no sólo es aquella que habla siempre de sí misma, o aquella a la cual le agrada ser el centro de atracción, o se cree “más” que los demás. Es también aquella que es incapaz de ver los espacios más allá de ella.
Tomemos el simple ejemplo de la persona, que conduciendo su automóvil, maneja como si existiese ella sola en el Universo. Se encuentra tan metida en sus procesos y pensamientos, que le resta importancia a “detalles” como el poner la luz de cruce del automóvil antes de doblar en la esquina o “pasar por alto” la luz del semáforo porque está apurada, ya que, por supuesto, su tiempo es más importante que una simple luz.
O este otro ejemplo, y a esto quiero llegar: el de la persona que tiene tantos problemas en la vida que son “difíciles de resolver”, que no es capaz de tranquilizarse para poder ver que la angustia que eso le genera no va a dejar que los resuelva, ni ahora, ni después. Es increíble como del 100% de los pensamientos que tenemos de que algo malo puede pasarnos a nosotros o a nuestros allegados, sólo ocurren menos de un 20%.
Mientras más le das fuerza a los problemas que tienes y más te quejes de ellos, más egocéntrico te vuelves, porque sólo estas viendo tu propio espacio en el que sufres y terminas cayendo en ser la víctima: de otra persona, de la vida, de tu familia, de Dios o de quien sea el victimario que escojas. Detrás de los lamentos que generas, están aquellos pensamientos inconscientes que dicen: “pobre de mi”, “mi vida es desgraciada”, “la gente (pareja, amigos, familia) es mala conmigo o no me entienden”.
Todos estos argumentos en el inconsciente y que venimos arrastrando por condicionamientos sociales arraigados, hacen que vivamos una vida centrada sólo en nuestros problemas y no en disfrutar de ella.
Para disfrutar la vida hace falta salir de nuestro egocentrismo, es decir, de nuestros criterios y a veces a de nuestra experiencia, para ver las cosas desde otro ángulo…, otra visión. Las soluciones siempre están, el problema real es que si tenemos angustia, no podemos verlas. No siempre nuestros criterios son los válidos, ni nuestras experiencia determinantes. Siempre habrá una nueva manera de ver las cosas y a esto se le denomina aprendizaje.
Estar abiertos al aprendizaje, es estar vivos. Quien piensa que todo lo sabe o aquel que se vuelve en extremo escéptico, esta muerto y de paso, no lo ve. Está tan encerrado en su propio mundo egocéntrico, que si le das soluciones, pareciera no querer verlas…, las refutará, ya que prefiere vivir en su receptáculo particular de sufrimiento, donde sus expectativas de las cosas de la vida son tan altas, que nada le satisface, es decir no es capaz de ceder, no es capaz de ser flexible, y su rigidez consiste en que no acepta las situaciones sino como él las percibe, desde su mundo eminentemente egocéntrico.
Disfrutar la vida no es vivir una vida alegre e irresponsable, como se cree, sino tener FE en que llegado el momento vas a saber solucionar o actuar para que ese o esos problemas se solucionen y esa Fe también te da la particularidad de aceptar para poder luego comprender por qué te ocurren ciertas situaciones. Esto último te hará cada vez más libre y por consiguiente feliz. Quien no ha aprendido a disfrutar, jamás podrá experimentar la felicidad.
En resumen, vivir sumido en los problemas, es vivir egocéntricamente, o como dijo alguna vez John Lenon: “La vida es aquello que nos va sucediendo, mientras nos empeñamos en hacer otros planes”.
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