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Los Elementos en Polaridad: el Aire y el Agua (Continuación), por Alejandro Lodi

Aire dominando – Agua en sombra

A las personalidades de Aire tradicionalmente se las reconoce por su capacidad de objetivación. Tomar distancia de la vivencia emocional-subjetiva les permite no reaccionar de un modo temperamental e irreflexivo a las situaciones particulares, sino verlas inscriptas dentro de cierto orden o patrón universal.

Percibir este contexto es un ejercicio de abstracción, una tarea de la mente. Esta percepción del mundo desde la cualidad mental habilita la posibilidad de discriminar entre lo subjetivo (el personal modo en que la realidad impacta en mí) y lo objetivo (lo que la realidad es más allá de cuestiones personales).

La persona de Aire valora asociar la experiencia cotidiana -específica y singular- a marcos teóricos y encuadres genéricos. Disfruta el placer de descubrir razones lógicas en una realidad que, en principio, se le presentaba azarosa y arbitraria. Por cierto, esta capacidad de evaluación racional de la vida puede cristalizarse en un hábito explicativo, frío, con escaso contacto sensible con la realidad. Y aunque tal déficit le fuera advertido, la personalidad de Aire traducirá esa conducta como un logro de su inteligencia por no quedar adherida al equívoco emocional. Así, paradójicamente, el natural talento de discernimiento del Aire queda opacado al disociarse de su antagónico, el Agua. En esa polarización, el Aire pretenderá excluir al Agua: confundiendo a la inteligencia con lo estrictamente racional y a las emociones con la irracionalidad, la personalidad de Aire negará cualquier posibilidad de vincular al pensamiento con los sentimientos.

La naturaleza del Aire resulta asociativa y comunicante. La persona con esta disposición consciente en su modo de percibir la realidad expresará una fluida y espontánea apertura al mundo de las relaciones. Vincularse con otros, tomar contacto con diferentes puntos de vista, experimentar múltiples variables, resultan experiencias naturales donde desarrollarse. La palabra, la comunicación intelectual, la apreciación de la justa proporción, la ponderación racional y equilibrada, la especulación acerca de posibilidades futuras, resultan la sustancia misma en la que se despliega el ejercicio de la mente. Allí se conformarán las ideas, principios y premisas (inteligentes, originales y siempre –pretendidamente- sagaces) que estructuran la lógica de la realidad que la persona con Aire dominante definirá como su percepción natural.

Su disposición hacia la experimentación vincula al Aire con lo abierto, libre e incondicionado. Ideas y pensamientos son productos mentales en constante actividad de duda, reformulación y confirmación. El Aire nunca detiene su búsqueda de establecer puentes, distribuirse y relacionarse. Y la persona con este elemento dominante participa de esta sed articuladora, verbal y explicativa, refractaria de todo límite, censura o restricción arbitraria. Llevado a un extremo, el mundo del Agua -el mundo de la sensibilidad emotiva, la magia, la subjetividad personal- no puede dejar de vivirse como atadura y condicionamiento, como aquello que, no sólo interfiere, sino intoxica (bajo formas de irracionalidad, superstición y sentimentalismo) la libre circulación del pensamiento y la exploración racional de lo humano.

El mundo del Agua quedará así asociado al misterio, a lo que “aún” no ha podido ser develado. Y aunque pueda reconocer la existencia de esa dimensión de lo desconocido, el Aire no renunciará a su intento de explicarlo: sólo lo admite como una deficiencia del presente que, en un futuro ideal, llegará a ser resuelta por la razón.

Sancionado, descalificado y excluido, ese mundo del Agua queda condicionado entonces a expresarse desde la sombra. Y esto significa que la sensibilidad sentimental se manifestará del modo más temido y menos deseado. En esos momentos de conversión extrema, imprevisiblemente la persona identificada con el Aire mostrará un apego emocional de máxima intensidad dramática. Acaso con agudas justificaciones intelectuales intentará cubrir lo que, en verdad, son caprichos infantiles, arbitrariedades saturadas de subjetividad. Con el Agua manifestándose desde la sombra, temores irracionales podrán –imprevistamente- tomar el centro de la escena. Miedos inexplicables, “sin lógica”, cobran vida, casi como entidades fantasmales. En casos extremos, ante la amenaza de caos emocional o como efecto de hechizos inconscientes a los que resulta vulnerable, la persona que antes elaboraba brillantes argumentaciones racionales (Aire dominante), podrá recurrir al pensamiento mágico como última y única explicación (Agua en sombra). Toda su sensibilidad afectiva retenida se expresa desbordante, con el exceso propio de su carga inconsciente. Así, el brillante intelectual agnóstico deviene en fantasioso místico devocional, el sobrio y armónico esteta en apólogo de la compulsión emocional, el libre y autónomo creativo en expresión del más posesivo sentimentalismo.

Una clave de acercamiento del Aire con el Agua, de encuentro entre estos registros que tienden a polarizarse en la conciencia humana, está dada en la posibilidad de que se transparente –de un modo cada vez más evidente- la asociación entre las ideas y los sentimientos. En verdad, toda idea o razonamiento se corresponde con algún tipo de sentimiento o afecto. Incluso el pensamiento más reflexivo es muchas veces provocado por el impacto de un suceso emocional o la conmoción generada por una sutil contemplación a la que nos abrimos desde nuestra sensibilidad. Y si bien el hecho intelectual se diferencia del sentimental (y resulta necesario -y muy saludable- distinguirlos), en absoluto está implicada una disociación entre ambas experiencias. Ser capaces de diferenciar mente y sentimiento, manteniéndolos en contacto como dos dimensiones de una misma realidad, es el desafío a una percepción más plena.

Agua dominando – Aire en sombra

La personalidad de Agua dominante está asociada a la sensibilidad, a la capacidad de una respuesta sentimental a los hechos de la vida, a la percepción de una dimensión interna de la realidad. Es el carácter más vinculado al sentimiento y a lo que habitualmente entendemos por “sentir la realidad”. Más allá de la objetividad del mundo social, lo que se percibe como el verdadero escenario es la vida afectiva, íntima, el contacto con lo sensible. De hecho, el Agua resulta el elemento asociado a lo humano. La realidad es la propia subjetividad emocional.

Para estas personas las cualidades de calidez protectiva, cuidado, resguardo y suministro de afecto resultan prioridades vitales. Sentirse incluidos en un marco de amor asegurado se convierte así en un valor. Su búsqueda muchas veces puede llevarlas a evitar toda relación vincular que no confirme aquellas condiciones. Y si bien es propio de la riqueza de los vínculos promover una apertura a lo diferente, disponernos a lo desconocido y expandirnos más allá del clan familiar, para la personalidad de Agua esto será un riesgo, fuente de temor y recelo. Rápidamente intentará –necesitará- que lo novedoso en sus relaciones se reduzca a lo conocido, que el estímulo hacia lo abierto y libre se revierta hacia el compromiso y la fidelidad característica de los lazos familiares. Desde la percepción del Agua, el lugar del afecto (real o imaginario) es el hogar, la memoria, el pasado.

Su contacto natural con lo específicamente humano marca la tendencia de las personas con Agua dominante a profundizar tanto en las maravillas como en las contradicciones del alma. Esta capacidad de contacto con la oscura complejidad del interior de la humanidad -y su anhelo de investigarlo y develarlo- pueden convocarlas al arte o a la exploración del mundo psíquico. El dolor, la felicidad, la muerte, el amor, el apego, la compasión, el egoísmo, el sacrificio, resultan la sustancia misma de la realidad, y todo intento de abordarla desde la racionalidad, de explicarla desde lógicas teóricas, es percibido como un esfuerzo absurdo, frío e inhumano.

La sensibilidad de resonancia con lo universal, de empatía con lo profundamente humano -más allá de la vivencia individual- y de registrar aquello que excede la realidad manifiesta a los sentidos, activa en estas personalidades la posibilidad de expresar el sentimiento místico devocional. La auténtica capacidad de sentir con el otro, de percibir el mundo interior y los sentimientos de los demás, pueden conducirlos a expresiones de genuina compasión y a sentir la necesidad de reparar el sufrimiento del mundo. En casos extremos, pueden resultar capturados por la fascinación de sentir la revelación de una misión redentora, de entregarse al sacrificio de ser salvadores de la humanidad.

No resulta difícil percibir el ahogo (literalmente, “la falta de aire”) que la polarización de estas cualidades del Agua provoca en el registro de Aire. Si el centro de la identificación consciente tuviera al elemento Agua como dominante, la manifestación de la percepción de Aire tendrá características de conversión extrema. Intentando corregir esa distorsión, la irrupción del Aire -condenado a reclusión inconsciente- mostrará su expresión más arcaica y primitiva: desconexión afectiva máxima, pérdida de contacto con la sensibilidad e hipervaloración de modelos teóricos abstractos, fobia al caos y al apego emocional. El Aire desde la sombra generará conductas de súbita fuga del compromiso emocional al que la persona de Agua ha sido fiel durante tanto tiempo, abriéndose ahora a un mundo vincular numeroso y variado aunque superficial. Su necesidad de elaborar ideas explicativas precisas -para liberarse del irracional sentimentalismo del que se ha descubierto prisionera- la volverán dispersa y poco definida. La pesadilla de la sofocación emocional –de la que cree haber despertado- la llevará a rechazar todo cierre que la comprometa con una estabilidad segura, a entregarse a una búsqueda frenética de libertad, a una compulsión por la apertura a lo desconocido.

El Agua puede encontrar una clave de equilibro con el Aire desarrollando la comprensión de que el registro sensible de la realidad es, precisamente, el que permite tomar contacto con órdenes más profundos y sutiles. Desarrollar sensibilidad y aplicarla al estudio de lo humano, a la investigación de la realidad material o del pensamiento, en verdad conduce a descubrir patrones más complejos y transpersonales, matrices más profundas y comprensivas. La sensibilidad es lo que nos permite percibir diferencias sin disociarlas, a registrar partes que conforman totalidades. La conciencia de la dinámica Aire-Agua transparenta la paradoja de un universo que se fragmenta para manifestarse, y se desarrolla y multiplica para reunirse.

En Alejandro Lodi, Astrología

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