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La clasificación por elementos resulta básica en la interpretación de una carta natal. Podemos considerar a los cuatro elementos cómo modos de apreciar la realidad, de percibir el mundo, de evaluar la experiencia. El análisis por elementos de una carta natal permite dar cuenta de un tono básico estructural de la personalidad, una modalidad preferencial del individuo para vincularse con el mundo.
En lo cotidiano, el hábito de la práctica astrológica tiende a cuantificar la información que brinda un mapa astral respecto a la disposición por elementos, con diversos criterios de puntaje según la categoría de los planetas (luminares, personales, sociales) y excluyendo, en general, a los transpersonales.
¿Podría apreciarse con mayor profundidad la información que nos brinda el mandala de una carta natal considerando el balance de elementos? ¿Resultaría significativo a la práctica astrológica?
Aquí vamos a proponer observar la correspondencia entre lo que la tradición astrológica refiere sobre la clasificación de personalidades por elementos (Fuego, Tierra, Aire y Agua) y los tipos psicológicos junguianos (intuitivo, sensorial, pensante y sentimental) valiéndonos de ciertas premisas que Jung establece, de su particular modo de vincular estas funciones de la conciencia entre sí y su incidencia en la organización psicológica de la persona.
En principio, vamos a aceptar la relación entre el elemento Fuego y la función intuición, el elemento Tierra y la función sensación, el elemento Aire y la función pensamiento, y el elemento Agua y la función sentimiento.
Jung define como antagónicas y excluyentes la percepción de la realidad de la intuición con la sensorial (Fuego-Tierra) y la del pensar y con la del sentir (Aire-Agua). Estos antagonismos entre modos de percepción -que, en principio, tienden a excluirse y negarse mutuamente- se traducen en distancias internas que el desarrollo evolutivo de la conciencia pugna por reparar. Y este es un proceso que, de manera inconsciente, opera preferentemente en el campo vincular y en circunstancias generales de destino.
Es decir, Jung nos recuerda que, más allá del énfasis particular de nuestra disposición personal, las cuatro funciones psíquicas con las que apreciamos la realidad (esto es, los cuatro elementos) están siempre presentes en la estructura global, y tienden a vincularse entre sí de modo complementario o antagónico. Aplicado a la astrología, esto significa que aunque en una carta natal prevalezca un elemento por cantidad de planetas en él, los otros tres aparecerán articulados de algún modo en el destino.
De este modo, al aceptar la analogía con la tipología junguiana (y sus criterios de relación entre funciones en la organización psíquica), el balance de elementos aplicado al estudio de una carta natal no puede reducirse ya a una clasificación cuantitativa y estática, sino que sugiere una ponderación cualitativa y dinámica. Según Jung estas funciones perceptivas están en un constante proceso de integración. No se trata de llevar adelante un modo puro y exclusivo de percepción, sino acercar las distancias internas que se viven antagónicas, constituyendo una expresión integrada capaz de oscilar sin polarizarse y sin negar la específica disposición (el tono particular) de la estructura energética.
Visto así, integrar el registro por elementos no consiste en lograr una proporción exacta y equilibrada donde cada elemento participe con un 25% de la captación consciente (en un ideal que constituye la épica conquista del inconsciente por parte del yo, de “una luz que no deja nada en sombra”). Integrar por elementos significa participar de una percepción más plena de la realidad, sabiendo moverse (oscilando) entre cada ola perceptiva, expresando el acento peculiar (estilo) del propio color (que resalta ciertas tonalidades y relega otras), sin que eso signifique detenerse (polarizarse) en alguna de ellas.
Aceptar esta noción de integración como acercamiento oscilante de distancias que tienden a polarizarse, también implica comprender que, en verdad, aquello que se manifiesta conscientemente y domina la identificación psicológica establece una distancia con su antagónico y lo sumerge en condicionamientos de expresión sombría. Cuanto más autónomo pretenda ser el registro de la realidad representado por el elemento en disposición consciente (elemento dominante), mayor será esa distancia y, por lo tanto, mayor retención, control o negación habrá del registro del elemento alojado en el inconsciente (elemento en sombra). La aspiración a la autonomía exclusiva de un único modo de percibir la realidad reproduce, al entrar en contacto con el mundo, la vigencia de lo polar y posterga cualquier chance integradora. Separatividad y exclusión son condiciones de la polarización y hacen imposible toda síntesis integradora.
Nuestra hipótesis es que la conciencia, en la temprana identificación de los primeros años de vida, tiende a adoptar una mirada del mundo y de la realidad que privilegia una de las cuatro cualidades elementales. Podríamos suponer también que, de acuerdo a la particular proporción de cantidad de planetas en ese elemento, esta disposición preferencial aparece indicada en la estructura de la carta natal. Al elemento que ocupa el centro de la organización psíquica en nuestras primeras identificaciones lo llamaremos dominante. Se trata de la función perceptiva más diferenciada por la conciencia.
Ahora bien, en este punto vale detenernos en una observación. El elemento dominante está vinculado, antes que con lo que la persona cree que es la realidad, con aquello siente que debe creer. Desde este punto de vista, aunque estemos definiéndola como una disposición consciente, el elemento dominante dice mucho acerca de la mirada superyoica de la realidad, mirada en absoluto deliberada y voluntaria y, por lo tanto, en este sentido “inconsciente”. El grado de objetividad que solemos atribuirle a nuestro discurso consciente (y que creemos diseñar a nuestra voluntad) revela nuestra inconsciencia respecto a los supuestos subjetivos (creencias) sobre los que está sustentado. Y es fundamental establecer esta distinción y tenerla siempre presente en nuestro análisis: aquello que definimos (y creemos) como manifestación consciente, en verdad está sostenido (y predeterminado) por principios y premisas no conscientes. Aquello que definimos como “voluntario” resulta, en verdad, una acción condicionada en forma inconsciente. Así, aquello que valoramos como expresión autónoma e individual es, en verdad, la manifestación de necesidades y condiciones de un complejo sistema, de una red vincular, que exceden incluso el marco histórico-familiar.
Hecha esta aclaración, continuando nuestro análisis podemos deducir que, por lógica, el elemento antagónico al dominante resultará el más distante a la disposición consciente, ya que ambos tienden a polarizarse. En principio (y recordemos que esto es válido como hipótesis de primera identificación histórica), esos modos de percibir la realidad son registrados por la conciencia como mutuamente excluyentes, de modo que la disposición consciente de uno de ellos dará la medida de la sombría manifestación del otro. Así, si al primero lo definimos como dominante (función superior o principal) al otro lo reconoceremos entonces como elemento en sombra (función inferior). El elemento en sombra será percibido por el dominante como una amenaza a su hegemonía y tenderá a vincularse con él negativamente por exclusión o control. Si el elemento dominante presentaba características superyoicas, el elemento en sombra queda emparentado con la cualidad del ello, esto es, un pulso instintivo que se percibe caotizante.
Quedando un elemento en posición dominante y su antagónico en sombra, ¿qué ocurre con el otro par? Jung afirma que esas funciones se ubican como auxiliares de la “principal” y la “inferior”. Aplicado a nuestro balance de elementos cualitativo, esto significa que habrá un par de elementos antagónicos que se organizará adaptándose -o resultando funcional- al par que predomina en el registro consciente, conformándose como elementos auxiliares de aquellos que se ubican como dominante y en sombra.
Pero dejaremos, por ahora, el análisis de cómo se despliega este par auxiliar para una próxima nota.
En “El Hilo Mágico”, Richard Idemon toma lo que la psicología ha descrito como mecanismos de defensa frente a la manifestación del inconsciente y los aplica a la relación entre funciones que denomina “superiores” e “inferiores”. Tal correspondencia resulta muy oportuna para enriquecer conceptualmente nuestro análisis. En este sentido, la conciencia parece vincularse con el elemento en sombra preferentemente desde dos de esos mecanismos:
.- Desde la negación. Aquí la identificación consciente no admite la existencia de ese otro contenido. El modo de percepción asociado al elemento en sombra no forma parte “de lo que resulta posible considerar real” y la tensión excluyente es máxima: ese elemento “no existe” o “no debería existir”. Como a todo lo que se le niega su existencia, este contenido aparecerá como destino, en particular como destino vincular: una fatal atracción por aquellas relaciones que desde la voluntad se pretende (o se cree pretender) evitar. En la práctica astrológica concreta, puede estar asociado con un elemento ausente en la estructura da la carta.
.- Desde la represión/proyección. Aquí la identificación consciente reconoce la existencia de ese contenido, pero le atribuye un carácter negativo en sí mismo (“lo malo afuera”) o se lo adjudica como valor positivo a otros (“lo malo adentro”). Queda enfatizada la relación “bueno-malo”, “adentro-afuera”, lo que indica una polarización respecto al contenido en sombra. En la práctica puede vincularse con un elemento presente (incluso destacado) en el balance, pero con el que la persona no puede identificarse; muchas veces esta imposibilidad surge del condicionamiento o la inducción del marco familiar o socio-cultural.
Por cierto, este elemento en sombra provocará una inconsciente atracción para la conciencia. En su búsqueda de completarse y manifestarse como totalidad, la conciencia se sentirá atraída por la misma cualidad que deliberadamente posterga. Esta es la paradoja que reflejará el mundo vincular del individuo: una magnética atracción (ya sea que se fascine o aterrorice) por su cualidad en sombra, bajo la forma de actividades, hechos de destino o personas que tengan ese mismo elemento como dominante.
(Continúa en “Los elementos en polaridad: el Fuego y la Tierra”)
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